Portela y el paisaje gallego

Por Federico García Barba

Los cubos de granito frente al mar. Cementerio de Fisterra. César Portela, 2000. Foto: Roberto Regatos

Toda persona tiene una aspiración trascedente aunque a veces no sea consciente de ello. Es lo que le ocurre a César Portela, arquitecto, cuyo amor a su país supera el mero reconocimiento de un paisaje bien querido. La práctica totalidad de su obra resuma un curioso carácter panteísta que se expresa con una pasión desbordada en edificios y construcciones, que solo se pueden entender como gallegos.

En nuestro país, Portela es ya un clásico contemporáneo. Su carácter recio y afable resuma en una arquitectura de piedra y metal que recurre con asiduidad a la reverencia ante el trabajo de aquellos que le han precedido.

César Portela define la arquitectura como la construcción del espacio. Escrutando sus obras, estaríamos tentados a cambiar una preposición, precisando esa definición como la construcción en el espacio. Y es que para él, construir con los materiales adecuados y en las proporciones justas es un valor irrenunciable de la arquitectura. Y siguiendo este razonamiento, son materiales adecuados aquellos que están próximos a cada obra, como las piedras de las canteras graníticas de su tierra natal. Para él, el granito es un material imprescindible, tanto por sus capacidades casi megalíticas -y que emplea siempre en grandes masas ensambladas con simpleza tectónica- como por esa textura rugosa que refleja la acumulación del tiempo y de las estaciones.

Refugio en el bosque de las Carballeiras. Lalin, 2001

Pero también, el orden y la medida son esenciales para entender esos edificios que se reclaman de una tradición milenaria. La proporción y la serie que ayudan a componer simetrías y semejanzas son esenciales para alguien que busca el clasicismo denodadamente. Es un esfuerzo para extraer la sencillez desde el recuerdo de la historia heredada; para él, lo simple conseguido con empeño y dedicación es siempre una regla que avala la calidad de sus obras.

Recuerdo a César en una excursión en autobús a lo largo de los bosques y la costa de su paisaje natal. Había engatusado a un grupo de arquitectos canarios invitados por la Escuela de Arquitectura de A Coruña para visitar una obra suya: un faro que había recién construido en Punta Nariga. En ese periplo, su apasionado verbo nos trasladaba su amor por Galicia, viajando entre bosques primigenios, al mismo tiempo que nos acercábamos a aquel cabo tan remoto y batido por un mar inclemente. En un momento dado detuvo el viaje y nos encontramos frente un pequeño túmulo prehistórico, una mesa de piedra granítica que enseguida interpretó como demostración papable de lo trascendente de su manera de ver la arquitectura. Una muestra de lo acertado del diálogo que fluye a través del tiempo con aquellos que nos han precedido y han usado los mismos instrumentos y materiales, esos que nos vienen de lo más profundo de la tierra.

La arquitectura de César Portela tuvo en sus comienzos un sesgo claramente social. Quería sumarse así, aportando sus conocimientos, al esfuerzo para mejorar la vida de sus paisanos más desfavorecidos. Esta condición queda reflejada en obras como las Casas para Gitanos, situadas en Campañó, Pontevedra que construiría en 1970 junto a Pascuala Campos. No obstante, ya desde entonces su arquitectura tiende a recuperar rasgos de la arquitectura popular gallega como su reutilización de las formas del hórreo, esas construcciones tipológicas tradicionales en el paisaje rural de su país.

Viviendas para gitanos. Campañó, Pontevedra. César Portela y Pascuala Campos, 1972

Algo parecido ocurre en el Mercado Municipal de Bueu de 1971, una lonja de pescado que reconstruye las ruinas preexistentes para transformar el frente marítimo de este antiguo asentamiento costero en su lugar de encuentro ciudadano por excelencia.

En los años posteriores, César Portela aborda obras que tratan de museíficar los usos y tradiciones populares rurales de su región. Como ocurre con el Acuario de Vilagarcía de Arosa, la casa de la Cultura de Cangas (ambas de 1984) y toda una serie de equipamientos sociales y culturales posteriores. Para ello, adopta una arquitectura de formas esenciales basada en su vasto conocimiento de los prototipos populares de la región. Son obras a las que se les impone con rigor orden y medida para producir espacios serenos que muestran sin tapujos su gran admiración por la etnografía de su entorno y las tradiciones rurales ligadas a lo construido. Aplica en estos edificios una estrategia de simetrías y ritmos que tienden a establecer una especie de clasicismo contemporáneo.

Acuario de Vilagarcía de Arosa, 1987

En 1994, construye el edificio para la estación de autobuses de la ciudad de Córdoba. Una inmensa cubierta semicircular que se sitúa dentro de un recinto acotado por altos muros pétreos. Es una obra que acude a las tradiciones andaluzas del espacio árabe para generar un recinto adecuado a los usos de transporte. Tanto su conformación simétrica y ordenada como el lenguaje de huecos rítmicos e iguales rezuman ese clasicismo al que aspira el arquitecto. Al mismo tiempo, el edificio se organiza desde un respeto reverencial a las preexistencias, lo que se evidencia en su diálogo con las ruinas excavadas bajo el mismo. En 1999, el gobierno del estado le otorgaría el Premio Nacional de Arquitectura, precisamente como reconocimiento a esa ya dilatada trayectoria ya esa obra específica.

Estación de autobuses de Córdoba. 1994

En los últimos años, sus trabajos han ido tendiendo hacia un esencialismo que trata de establecer un diálogo más poético con el paisaje. Como cuando plantea esos inmensos cubos pétreos frente al mar en el cementerio de municipal de Fisterra, en la llamada Costa da Morte. Una obra de gran inspiración, terminada en el año 2000 y poco comprendida por sus posibles usuarios, pero que se reclama de una estética del gesto mínimo. Como el mismo señala, ahí está la fusión del alma gallega, entre la tierra y el mar: Según sus palabras:

Cuando proyecté y construí el Cementerio de Fisterra, lo primero que quería ofrecer a unos muertos el descanso que se merecen en un lugar sublime en el que la arquitectura fuera capaz de fundirse positivamente con la naturaleza, igual que lo ha hecho en ese mismo lugar, desde siempre, la tierra, el mar y el cielo.

Cementerio municipal de Fisterra. Costa da Morte, 2000.

O, mejor aún, esta idea de comunión con el paisaje queda magistralmente expresada en esas construcciones -casi muebles de piedra- añadidos al espacio mágico del bosque enla Carballeirade Lalín de 2001. Unas piezas que resuenan como lugares para el éxtasis y encuentro esencial de los que conviven en una misma tierra. Ahí se busca el confort de los cuerpos y los espíritus en su contacto con el territorio ancestral que representa un antiguo robledal. La gran mesa de piedra que Pórtela construye en su interior es una metáfora que propugna la comunión necesaria de los paisanos. Los recintos y esculturas talladas nos invitan a pensar en lo natural como un lugar de reposo para nuestra memoria, aquella que solo puede darse en un espacio territorial concreto.

La gran mesa de piedra para la comunidad de los gallegos. Carballeira de Lalín. 2001

En los últimos años, César Portela se ha embarcado en un sinfín de obras importantes y voluminosas tanto en su Galicia natal como fuera en otras partes del país y del mundo. Ha tenido que crecer como arquitecto y montar un taller de proyectos extenso. Pero no por ello, ha abandonado sus pulsiones creativas y su búsqueda de los referentes locales.

La Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones en la Universidad de Vigo es un ejercicio de encaje de un programa extenso en una topografía abrupta. Allí, se emplea una estrategia sutil para encajar el extenso programa, se subdivide los espacios de enseñanza en largas barras que van integrándose paralelamente a las peculiaridades del terreno. Todas estas piezas se organizan con un gran eje central de comunicaciones que va articulando los recorridos horizontales y verticales en una especie de espina central en tres dimensiones.

Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones. Vigo, 2003

En el parque natural de Los Toruños, situado en la bahía de Cádiz, ha construido una serie de lugares que permiten el disfrute de la belleza del lugar. Son pabellones y pasarelas que nos guían en la contemplación de un paisaje a caballo entre el mar y la tierra. Frente a la dureza del sol de Andalucía, aquí se ha tratado de generar recintos en sombra que al mismo tiempo están radicalmente abiertos. La utilización del cuadrado como base de composición y medida, junto al empleo de la madera tratada, unifica aquí el carácter de todas las intervenciones construidas.

Para el arquitecto Portela, la arquitectura es un artilugio tecnológico que para poder ser no puede sustraerse a crear emoción: un sentimiento esencial para existir realmente como tal arquitectura. Podríamos expresarlo como una conmoción irracional que nace de lo profundo del artista que debe actuar también como técnico; que traspasa su existencia biológica para resonar con potencia solo en algunos casos. En aquellos en que se produce la maravilla del encuentro poético con el arte de la arquitectura. Según sus palabras:

Todos los seres vivos tienen necesidades; los seres humanos, además tenemos deseos.
El arte es aquello que nos aproxima, que nos acerca a nuestros deseos, a nuestras pasiones. La ciencia es otra cosa. En ella también es imprescindible la imaginación, como en el arte, pero lo que impera es la razón.
El arte satisface esa parte sustancial de nuestros deseos.; la arquitectura, además, tiene que dar satisfacción a una parte importante de nuestras necesidades, ya algún que otro capricho, creando espacios habitables que, además de ser bellos y proporcionar libertad a nuestros espíritus, den seguridad, abrigo y confort a nuestros cuerpos. Por ello, si en nuestras obras no conseguimos dar satisfacción a estas necesidades, no seremos buenos constructores. Y si lo conseguimos pero no logramos que estas obras colmen nuestros deseos, por la belleza y la emoción que transmiten, seremos malos artistas. En ambos casos, no seremos buenos arquitectos.

 Es innegable que César Portela es un magnífico constructor de espacios pero también un gran artista que nos ha transmitido su pasión por la belleza de su tierra en un innumerable grupo de edificios esplendidos.

Pasarela para visitantes del Parque natural de Los Toruños. Cádiz, 2002

Todo lo anterior y mucho más ha sido recopilado con primor en un libro casi testamental titulado César Portela, la emoción y la razón en la arquitectura. Una obra resumen de una trayectoria fructífera representativa de una manera de hacer arquitectura en las regiones periféricas del mundo desarrollado.

Más Información:

César Portela, la emoción y la razón en la arquitectura. Loft Publications 2012.
César Portela, arquitecto. Página oficial del estudio de arquitectura.

Atrio de acceso al Centro Sociocultural Caixanova. Pontevedra, 2006

2 comments to Portela y el paisaje gallego

  • Sin los fotógrafos no existiría esta publicación, por qué nos ignoran siempre?

    • Federico García Barba

      No es cierto lo que dices. Siempre que conocemos la información procuramos ponerla.
      También es verdad que en este artículo, solo hemos la autoría de una de las fotos que hemos utilizado. Vamos a intentar complementar lo que podamos aportar sobre los autores de las restantes.
      De todas maneras, nuestras disculpas por desconocer algo que deberíamos.

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