Ovoides chinescos

Sede del Gran Teatro Nacional de China. Paul Andreu, 2007. Imagen: Randomwire, Flickr
 
Los edificios se han convertido en potentísimas armas de propaganda. En algunos casos, su mera construcción supone un acontecimiento de gran alcance mediático, atrayendo la atención de numerosísimas personas a través de los medios de comunicación. Imágenes espectaculares difunden formas sorprendentes que se supone van a albergar actividades que generalmente se desconocen y que poco importan también.

En este proceso, especialmente, determinados tipos de edificios, como son los culturales y deportivos contribuyen enormemente a la visibilidad mundial de las regiones y las ciudades. Generan, por así decirlo, una mejora impactante del atractivo de las naciones y como consecuencia parece que se favorece indirectamente el desarrollo económico. De alguna manera, las sedes de las instituciones públicas y de las grandes empresas transnacionales también tratan de participar en este juego de posiciones internacional.

En la generación de marcas globales, no solo la arquitectura sino también el arte, representan un caudal inagotable de recursos. El caso del arte reciente de China ofrece un ejemplo paradigmático a este respecto. Allí, un personaje como Ai Weiwei que supuestamente lucha por la libertad de expresión en ese inmenso país es un representante de esa ceremonia de la confusión a la que se han apuntado numerosos artistas y arquitectos.

Missing, Lanzando una urna de la dinastía Han. Ai Weiwei, 1995

Con su semblante impasible, Weiwei nos plantea situaciones que nos aterran y al mismo tiempo nos obligan a reflexionar intensamente sobre las condiciones de nuestra contemporaneidad. Son obras performativas intrigantes de un creador inteligente que trata de reflejar críticamente lo que ocurre en su entorno vital. Como cuando destruyó en un acto público una valiosísima pieza cerámica, un tesoro milenario fechado en la época de la dinastía Han que formaba parte de la inmensa cultura patrimonial de su país. O como cuando también pintó otra vasija antiquísima con el símbolo de Coca Cola. Enfrenta con ello a sus conciudadanos a una hiriente disyuntiva, ¿Se está destruyendo sin remedio un pasado riquísimo en aras de la instauración irreflexiva de una modernidad proveniente de otros lugares? ¿Es bueno o malo para la opulenta cultura china? O como cuando fabrica artesanalmente más de cien millones de pipas de girasol sobre las que ya he hablado en otro lugar. En ese proyecto nos enfrentaba a la paradoja de un mundo en el que las grandes empresas batallan para abaratar costes y en consecuencia destruyen el trabajo artesanal y con ello el sustento de millones de personas y, al mismo tiempo, esas mismas empresas pagan con generosidad a un artista para que haga una pieza que aumente indirectamente su prestigio como mecenas de las artes.

En lo que se refiere a la arquitectura se está produciendo un proceso similar al artístico en el que el interés mundial ha emigrado a Oriente. Inicialmente, creadores, arquitectos y empresas de diseño de muchísimos países han acudido hasta ese extremo del mundo para construir la nueva imagen de China. Como ocurrió por ejemplo con el espectacular edificio de la sede de la televisión estatal CCTV, construido por Rem Koolhaas y OMA. Al principio, los foráneos han ido definiendo esa nueva manera de hacer arquitectura mientras que hoy vemos como empiezan a surgir arquitectos chinos que empiezan a reconocerse también como marcas profesionales de influencia planetaria. Es el caso de Wang Shu que obtendría el Premio Pritzker de Arquitectura en 2012, reconociendo Occidente su sugerente trayectoria de trabajo junto a su compañera Lu Wenyu, también arquitecta.

La nueva sede de la compañía estatal de televisión CCTV. Ole Scheeren y OMA, 2009

Lo que se evidencia es la enorme pujanza mundial que ha ido adquiriendo paulatinamente desde hace varias décadas, esa nación dentro de cuya geografía se agrupan más de mil trescientos millones de personas.

La arquitectura se ha ido convirtiendo en una herramienta esencial para el posicionamiento global de los países y con ello, los arquitectos más dotados siguen siendo útiles para algunos poderes sumamente potentes. Lástima que se tienda a convertirlos en una herramienta para la instauración de relaciones más desiguales y por ello, la hegemonía final de la concentración del capital en manos cada vez más reducidas y sitios más puntuales. Esos edificios espectaculares, que se encargan destinando ingentes cantidades de dinero, contribuyen indirectamente a atraer ese recurso escaso y voluble que es la atención de la humanidad. Se trata de guiar las miradas de cientos de millones de personas hacia determinados puntos del planeta en los que se supone que se reúne el capital acumulado, un supuesto progreso y lo más avanzado de las culturas. Se busca expresar así el poder de esos lugares como centros de decisión mundial a los que hay que acudir y admirar.

Este hecho expresa un planteamiento falso y unos objetivos erróneos que estimulan una centralización radical de la riqueza y los bienes que empiezan a escasear y nos precipitan a todos hacia la inviabilidad futura de la existencia humana sobre la tierra. Debido a ello, esas arquitecturas admiradas también contribuyen indirectamente al incremento de las divergencias humanas y la lucha despiadada de todos contra todos por los recursos naturales y los alimentos. Finalmente, la estética se ha puesto al servicio de la injusticia y la desigualdad.

Algunos ejemplos pueden ilustrar este proceso de formación de una imagen arquitectónica que resulta admirable aunque éticamente reprobable. Lo curioso es que las formas más representativas de la arquitectura china realizada en las últimas décadas obedecen a unos patrones formales claramente identificables. Algunos de esos edificios realizados presentan formas elipsoidales y volúmenes redondeados que tratan de alejarse de las superficies esféricas en su buscada informalidad característica. Se estaría asistiendo al nacimiento de toda una generación de lo que podríamos denominar como ovoides chinescos.

Un ejemplo de forma elipsoidal a medio camino entre las expresiones contemporáneas europeas y las recientes en China es el que se realizaría para albergar la Opera de Pekín. El gigantesco huevo proyectado por Paul Andreu a comienzos del siglo y terminado en 2007 es una expresión de ese esfuerzo en el que el orden y el carácter de la cultura occidental son buscados para introducirlos en un país en construcción y potente desarrollo. El edifico de la Opera proyectado por el arquitecto parisino sería el primer ejemplo de ovoide chinesco del que se tiene constancia. Ahí las clases dirigentes chinas invertirían ingentes recursos en la importación de ideas exóticas para empezar a construir una expresión propia.

La obra se estructura como una gigantesca cúpula cuya perfección de titanio se refleja en un estanque perimetral acabando de definir así su exquisitez geométrica. Una imagen visual ideal que expresa  con exactitud el nacimiento de la potencia técnica y constructiva de un país que quiere ocupar un lugar preeminente en el concierto de las naciones.

O el Estadio Olímpico pequinés, proyectado por los suizos Herzog y DeMeuron con la curiosa colaboración de –nuevamente- Ai Weiwei e inaugurado en 2008. En esa estructura, unas formas caprichosas que tienden al ovoide sirven para generar un edificio peculiar, cuyo principal cometido fue despertar la admiración de los visitantes in situ y de los espectadores desde los más lejanos rincones del planeta. Su coste excesivo no sería un inconveniente cuando de lo que se trataba era de producir un impacto mediático global.

Exterior del Estadio Olímpico de Pekín. Herzog&DeMeuron y Ai Weiwei, 2008

Hoy el llamado “Nido de Pájaros” permanece vacío como una pieza escultórica sin utilidad manifiesta. Una vez cumplido su reclamo espectacular se abandona a su suerte como les ha ocurrido a numerosísimos edificios de marca, evidenciando que el llamado branding o marcado de las ciudades es una herramienta que contribuye al despilfarro creciente al que se pretende abocar a nuestra civilización.

Una nueva generación emergente de arquitectos ha surgido a continuación con un relumbre inusitado. Tratan de tomar el relevo de esos pioneros foráneos en la construcción de la marca espectacular de China. Es el caso del equipo MAD liderado por el jovencísimo Ma Yansong, una estrella que ya da numerosas charlas y hace exposiciones y obras en diferentes partes del mundo.

La fachada en construcción del Museo de Ordos. Ma Yangson y MAD Architects, 2011

Sección transversal del edificio en el que se muestra la estrategia constructiva en relación a la estructura

En Ordos, una lejana ciudad de la región de la Mongolia interior, en el límite con el desierto de Gobi, los autodenominados locos de MAD han construido una enorme estructura con forma de tubérculo. Un nuevo museo espectacular del que se desconoce todavía a qué va dedicarse: Su justificación recurre al pensamiento del Presidente Mao: “solo sobre una limpia hoja de papel se puede dibujar la más moderna y bonita imagen”. En el Museo de Ordos, varios espacios interiores dedicados a posibles y supuestas exposiciones ocupan más de 40.000 m2 y se muestran ya al público, huérfanos de contenido desde su inauguración a finales de 2011. Cientos de revistas especializadas y miles de blogs de arquitectura y arte se han apresurado a reflejar este acontecimiento que aporta un nuevo e importante icono a la cultura internacional. Un sinsentido manifiesto de remembranzas piranesianas que se expande a velocidades lumínicas y del que algunos preclaros arquitectos barrocos abominarían.

Vestíbulo interior del Museo de Ordos

O la curiosa estructura metálica aparecida en el distrito del diseño de Shenzhen obra del estudio del arquitecto Pei Zhu, residente en Pekín. De acuerdo a sus declaraciones públicas el reto es aportar soluciones prácticas reflejando un pensamiento conceptual fuerte e innovativo. Toda una declaración ideológica vacía que trata de amparar la indigencia conceptual de sus autores.

Museo del Diseño de Shenzhen en el distrito OCT. Pei ZHU Studio, 2012

Más parecido a una nave interestelar en la que un grupo de alienígenas acaban de llegar a nuestro planeta que a un centro cultural, el Museo del Diseño OCT es otro elipsoide irregular que ha venido a poblar otra pujante ciudad china, Shenzhen, situada a 200 kilómetros del espumeante hervidero humano de Hongkong. Sus límpidos interiores asombran en su desnudez y claridad nívea abocándonos a un vacío mental que nos libera de cualquier pensamiento reflexivo. La pregunta es ¿Para qué estás inmensas extensiones urbanas que se rellenan de esculturales construcciones? ¿Por qué deberemos peregrinar desde lejanos lugares del planeta para su contemplación?

Estos edificios languidecen como meros decorados que se apoyan en gigantescas tramoyas estructurales para conseguir unos efectos volumétricos absolutamente discutibles. Unas pieles exteriores e interiores que falsean el proceso constructivo y responden a aquella ideología falsa que inauguró el conde Potemkin para la emperatriz Catalina la Grande y en nuestros tiempos han propiciado edificios enormemente discutibles como el Museo Guggenheim de Bilbao.  

Vemos que estas obras son realmente cáscaras vacías de contenido y cuya funcionalidad y durabilidad interesan poco en la mayoría de los casos. Volúmenes que solo representan espacios autistas de gran espectacularidad. En ellos la utilidad y el servicio a las personas próximas brilla por su ausencia o tiene generalmente un valor accesorio. Se ha tratado principalmente de construir imágenes. Encuadres estéticamente realzados que nos muestran formas sorprendentes e interiores dignos de la imaginación del mejor Piranesi y que tienen un único destino: su difusión a través de las redes y cadenas de telecomunicación planetaria. Son fotografías y videos publicitarios realizados por los más reputados artistas, en los que el pensamiento, la reflexión escrita no interesa más allá del eslogan y que solo contribuyen icónicamente a la construcción recurrente de las marcas en competencia de ciudades y países.

El monumental vestíbulo Gran Teatro Nacional de China. Paul Andreu, 2007. Imagen: Andreu Aas

3 comments to Ovoides chinescos

  • jhonny

    y ¿como queda aquí Koolhaas?…… se nos muestra a este arquitecto como una persona fría, que se lo admira por que (a mi entender) entiende la realidad de nuestro momento temporal, puse persona fría porque: ¿tal vez aun siendo consiente de ser parte de los actores a los que se critica en este articulo el no tiene problema en aceptarlo?

  • Federico García Barba

    Creo que Koolhaas pertenece a otra categoría que la que representan estos arquitectos chinos emergentes, ya que su gran conocimiento de la realidad del mundo actual le hace actuar de una manera completamente diferente.
    Estos profesionales chinos que reseño crean escenarios y tramoyas espectaculares que poco tienen que ver con la arquitectura, tal y como yo la entiendo. Koolhaas, sin embargo, trata de ofrecer una visión crítica de la realidad a través de sus arquitecturas. Y no duda en lucrarse si hace falta, actuando también de un modo cínico inaceptable. En mi opinión, le salva su amor por la arquitectura del pasado y su deseo de actuar como notario -o, mejor, periodista- describiendo las historias que le apasionan.

  • Jhonny

    pues lo conoci como una persona fria, y me interesa lo ultimo que menciona. No saber el ingles me limita mucho y mas aun con este arquitecto que es considerado el nuevo Le Corbusier, las paginas o blogs que hablan sobre el solo presentan lo “new”,lo nuevo que hace Koolhaas pero no profundisan o aclaran, lo toman como sobre entendido, de alli que: “su amor por la arquitectura del pasado” o “las historias que le apasionan”, me suene extraño en este arquitecto.
    le rogaria un ejemplo o un enlase a una pagina o blog ( jeje de preferencia en español)….gracias

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