Haciendo sitio a nuevos okupas

Sobre las ocho lecciones de Quaroni
Pablo J López. El arquitecto impenitente

Cuando, a finales de los setenta, Ludovico Quaroni publicó el libro “Proyectar un Edificio. Ocho Lecciones de Arquitectura“, una bocanada de cordura se propagó entre las revueltas aguas de las teorías y los aprendizajes necesarios para proyectar una obra de Arquitectura. El escrito fue como un bálsamo para la resaca de la embriaguez que, con tantos mensajes cruzados e incluso contradictorios, se nos había asaeteado en los últimos tiempos. Su halo de sensatez, y de rigor, nos devolvía a territorios conocidos y enfocaba, prístinamente, la mirada sobre cómo debía uno iniciarse y deambular en este arte.

Sobre el trabajo relacionado con la edificación. Ginés y Gallego, Arquitectos e Ingenieros

El libro recopila la tarea docente que, durante más de treinta y cinco años, Quaroni ejerció en la Facultad de Arquitectura de Roma. Estructurado en ocho magistrales lecciones, y tal como indica en su prologo, es el intento de recoger sistemáticamente las principales atenciones que siempre debe tener quien quiera proyectar un edificio.

El contenido de las lecciones es preciso y precioso. Solo los títulos de sus apartados ya presagian la riqueza que nos espera y el bagaje que se debe adquirir y conocer desde los diversos mundos de la ciencia , el arte, la historia, la sociología, la semiótica, etc.,etc. La proyectación integrada, la arquitectura como oficio, el espacio arquitectónico, la dimensión técnica de la proyectación, la geometría de la arquitectura, los materiales y sus superficies, el método global, la necesidad de una cultura histórica arquitectónica ….., son solo algunos  de los recorridos apostillados.  Cuantos más vasos y crisoles se comuniquen entre sí, con mayor riqueza y criterio pueden aflorar los conceptos y formas.

De su lectura  también se explicitaba que el libro no pretendía ser el milagroso sustitutivo de las horas de estudio que deberá emplear un aspirante a arquitecto; tampoco era la panacea frente a la inacabable serie de bocetos a garrapatear, ensayar, meditar, y en muchas ocasiones, lanzar finalmente  a la papelera; ni el milagroso elixir con que solucionar las incertidumbres, los avances, los retrocesos y los hallazgos que, en la mágica tarea de proyectar Arquitectura, se suceden diariamente. Pero su guión bien valía como un recordatorio para el continuo contraste que debe verificar y practicar todo aquel que intentase realizar una obra honesta, digna, y coherente con su tiempo.

Al finalizar el libro, uno comprende que el camino de proyectar Arquitectura es largo y difícil. Y que, si bien, los colegas más diestros lo recorren de una forma subconsciente y natural, para el resto, seguir su hilo es un seguro para  aproximarse al oficio con mayor garantía.

Estas reflexiones sobre el libro de Quaroni, las traigo, intencionadamente, porque me vienen como anillo al dedo y al albur, de las esperpénticas actuaciones con las que, algunos de nuestros grises políticos y legisladores desprecian en este país, una vez más, a los arquitectos, y por ende, a la Arquitectura.

El desquiciante papel de actor principal le ha correspondido, en esta ocasión, al Ministerio de Economía con la  Ley de Servicios Profesionales y Colegios Públicos que, desde hace casi un año, se trae entre manos. En su borrador inicial, con el habitual pretexto y las manidas elucubraciones de siempre sobre la libre competencia, y otras morrallas al uso, nuestros egregios gobernantes plantean la feliz idea de una posible ampliación de las competencias profesionales de algunas ingenierías, equiparándolas con las que, hasta ahora, solo eran exclusivas de los arquitectos.

Si esto prosperara, un ingeniero industrial podría proyectar y erigir, por ejemplo, viviendas, hospitales, museos, o escuelas.

Tras la natural argumentación, en contra, de esta aparente arbitrariedad, y su denuncia desde distintos estamentos culturales, universitarios, y por el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España, se ha conseguido retrasar, solo temporalmente y de momento, el anunciado atraco.

Y digo solo retrasar, pues rondando el dislate y para salir del paso, a nuestros próceres se les ocurre entonces, en el Anteproyecto de Ley finalmente presentado, que la revisión y/o ampliación de estas competencias se establezcan, además, tras la propuesta de un grupo de trabajo, de una comisión (¡si horror, de una Comisión!).

O sea, un poco de oxigeno de momento, y en la siguiente nos esperan.

Conclusión: En el Ministerio de Economía, o no tienen ni pajolera idea de lo que es la Arquitectura ni de lo que es ser arquitecto, o peor aún, lo saben perfectamente pero juegan al disimulo tras tirar la piedra y esconder la mano. De momento, y a la espera de como pueda arreciar la ventisca contestataria, y para mayor confusión, nada más apropiado al parecer, que abrir un paréntesis en el que la reserva de la actividad profesional futura de los arquitectos quede en un limbo de incertidumbres, a compartir con quienes convenga, y que por las sufridas experiencias anteriores, probablemente dependerán de los agradecimientos debidos, los favores prestados, o tal como nos portemos.

Que el contenido y pretensiones del anteproyecto sea o no viable con el sistema nacional de titulaciones, ya precipitadamente extralimitadas en su día, y acomodadas con calzador al Plan de Bolonia por el propio gobierno, no parece tener mayor importancia.

De la inseguridad jurídica de aquellos que realizan actualmente los estudios de Arquitectura, o de lo que suponga su repercusión actual ante la sociedad, por supuesto, ni se habla. (De los arquitectos recién titulados, o de los que lleven un porrón de años, como si están muertos o no existen).

Piscina para pinguinos del Zoo de Londres. Berthold Lubetkin, 1934.

O si la Arquitectura, como hecho artístico y singular, precisa y exige otras consideraciones de orden académico que exceden a su tratamiento como simple y pura construcción, y su uso como un dato estadístico mas de producción, a representar con barritas de colores en los pseudo-macrocuadros económicos que ellos mismos se montan,  pues……  ¡ya lo arreglara la Comisión!.

La cosa resulta tan grotesca, y el desprecio para los arquitectos y para la Arquitectura tal, que el CSCAE (Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España) alega hasta la presunta inconstitucionalidad del Anteproyecto.

Y en estas estamos. En puertas de otro laberinto más creado por los brillantes políticos, tan innecesario como artificial, y cuya salida es tan sencilla y natural que hasta asombra por su pura lógica: si lo que se pretende es que “unos” ejerzan, también, la labor profesional de “otros”, lo que se debería procurar es que esos “unos” estudien y sepan precisamente lo que estudiaron los “otros”. ¿O es que todos estudiaron lo mismo en su día? Si no es así, algo falla.” De Perogrullo y clavado: Mire…., para ejercer como arquitecto pues… estudie Arquitectura, y no maree más.

Pero claro, el truco del envite consiste en que no todos hablamos de lo mismo. Los arquitectos de Arquitectura, y los del Ministerio de juntar ladrillos y prorratear, a empujones y a la baja, los exiguos turnos de trabajo.

A los arquitectos, estas cornadas gubernamentales no nos son extrañas ni nos vienen de lejos. Ya nos “liberalizaron”, a la fuerza, en una Ley de Acompañamiento del año 2007, (esas leyes que sacan el último día de cada año como cajón de sastre), cuando de un plumazo, e invocando las consabidas directivas europeas de turno, nos anularon y prohibieron, incluso imprimir en papel de servilleta, unos mínimos Baremos de Referencia de Honorarios, (que funcionaban muy bien en general), y con lo que el descarado dumping que se pretendía atajar afloró entonces de verdad, y la consiguiente desregularización emergió, con tanta dureza, que sus consecuencias aún perduran y escuecen en nuestra piel. Se nos dijo que la medida era inevitable y necesaria porque ya estábamos en Europa, y allí eso así se exigía. Ahora nos enteramos que los arquitectos alemanes si tienen, y en ejercicio desde hace años, las dichosas tarifas.

Y también nos empitonaron en la Ley de Ordenación de la Edificación, del 2002, donde se materializó un incongruente desparramo de atribuciones edilicias entre ingenierías superiores y de grado medio, al parecer desprendidas de la sola nomenclatura de la misma titulación, de forma que, por ejemplo, un ingeniero aeroespacial, que se entiende, debía saber de proyectar y construir aviones, naves espaciales y cosas así, como era “aeroespacial”, se le ascendía para proyectar y construir hasta el mismo edificio del aeropuerto, aparcamientos incluidos.

Se puede aducir que, ahora y otra vez, los arquitectos solo defienden su corralito laboral y económico (que hasta sería, en principio, legitimo pues para eso estudiaron lo que les dijeron, como y cuanto), pero el que así lo piense que lo medite, al menos, dos veces. A estas alturas, y en este país, donde es público y notorio que no queda ya ni donde agarrarse en esta profesión, y en el que hace mucho tiempo que los arquitectos dejaron de ser un buen partido hasta para las suegras más previsoras, resulta de broma, el atribuirles puras razones crematísticas o de seguridad laboral. Y aunque a algunos del Ministerio de Economía ni les suene la palabra, lo que los arquitectos defienden es el respeto para ellos y para su profesión que, nuevamente, peligra en convertirse en la tómbola de la señorita Pepis, y esta vez, trucada.

Lo triste es que todos estos barullos en política funcionan. De momento, y como primer resultado, los ministeriales economistas, ya han conseguido volver a envenenar el escenario profesional entre arquitectos e ingenieros, y tenernos así, entretenidos.

Vaya por delante mi mayor respeto por las ingenierías, y que estas batallitas entre gremios no son de mi especial interés. Es más, personalmente creo que son estériles y que a la mayoría de la gente del país, y hacen bien, les importa poco. Pero los años de vuelo si me han desvelado lo fructíferas que deben resultar para quienes, a su sombra, ganan y crecen. El que ingenieros y arquitectos nos lancemos, de cuando en cuando, los trastos a la cabeza, con la consiguiente rebaja de nuestra cuota de orgullo y el consabido ajuste (a la baja, claro) de pretensiones económicas y laborales, les viene, pero que muy bien, a los potentes grupos y empresas de nuestro sector, y a los estamentos que manejan los hilos de este negocio. Así que no nos engañemos: En este baile de atribuciones nunca habrá premio final para los concursantes y ansiosos danzarines. El jurado siempre gana y se queda con la copa.

Por más que sea el populista señuelo mostrado, con los tiempos que corren de tanta hambruna laboral, tentador: Meterle mano, por fin definitivamente, a la casquivana Arquitectura y a los señoritos arquitectos, y de paso, al reparto de su botín pecuniario. Al calentón de estas nuevas, junto a los palmeros de turno, algunos capitostes representantes del patio ingenieril, (que también quieren ser politiquitos, y juegan a lo suyo), sacan pecho y se apuntan al juego, con un  repetido y cansino soniquete de autoproclamación como supermanes-hombres orquesta total-full equip.

Así, un insigne Decano de los Ingenieros Industriales argumenta en un medio local  que, – ¿cómo no iban ellos a saber hacer una casa, si eso es algo mucho más sencillo que hacer una central nuclear?-.

Y al compás, un Colegio Oficial de Ingenieros Industriales, del norte del país, lanza un comunicado de este tenor:

Con la actual LOE, los ingenieros industriales no podrían diseñar un hospital, ya que se trata de un edificio con uso sanitario y está reservado a arquitectos. Sin embargo los ingenieros industriales sí pueden intervenir en la estructura del hospital, vías de evacuación, instalaciones de protección contra incendios y por supuesto en todas las instalaciones de alta y baja tensión, climatización, quirófanos, equipos radiológicos, etc. Parece absurdo que puedan hacer todo el hospital menos “la caja” del mismo.

Ante tales predicamentos el pulso, y el libro de Quaroni, se me cae al suelo.

La cuestión me resulta más triste cuando, tras una primera y generosa duda, caigo en la cuenta de la triste obviedad. En lo de -hacer la casa-, o -ponerle la caja al hospital -, simple y llanamente parecen referirse a ello, y en su componente más pedestre, es decir, a poner uno sobre otro los ladrillos, conductos, instalaciones, ferrallas, hormigones, y cosas así.  Si tras tanto material amontonado pudiera existir algo más, como por ejemplo un arte/ciencia/disciplina/oficio/cultura historica/ sensibilidad/sentimiento…., en fin algo como llamado Arquitectura, aparentemente, nada se cita al respecto.

Retornar de lo lírico a lo prosaico, la verdad, resulta cansado; al igual que el tener que explicar, a estas alturas, que la Arquitectura es mucho más que ponerle la caja a un conjunto de cableados y de instalaciones, (¿pensaran en algo de tablas y clavos?), o el discutir con los que aun creen que es más fácil hacer una casa que la maldita central nuclear. A todo ello, otros colegas de mayor capacidad y talento ya han argumentado lo suficiente, así que no seré yo quien me repita.

Pero si resaltaré una peculiaridad de este histórico rifirrafe colegial, y es su constante asimetría y el que los dardos recorren siempre un único sentido. Personalmente, y como arquitecto de a pie, no veo el cuestionarle a un ingeniero industrial sobre el principio de un motor de explosión, o a uno de telecomunicaciones sobre la teoría de los semiconductores planos; ni enmendarle la plana a un ingeniero agrónomo sobre la plantación de los nabos en Nepal. Pero, por lo visto, cuando se trata de Arquitectura  la veda parece estar abierta y el camino expedito. De esto, por lo visto, todo el mundo sabe y pueden meter mano. La banalización de nuestra profesión es tal que hasta los más ilusos creen que es solo hacer unos dibujitos y ponerle luego unas ventanitas, cuestión que también finalmente será baladí, pues visto lo visto y si prospera lo del Ministerio, pronto no hará falta ni saber siquiera dibujar, ni aunque sea un gato con cuatro patas.

Afortunadamente los ingenieros que uno conoce, los de diario, son gente sensata, y desde luego, sin esa frustrada vocación de okupas de la arquitectura que a algunos de sus portavoces y adláteres parece, últimamente, tenerles en un sin vivir.  Así lo he constatado lo largo de muchos años de trabajo en común, y donde no ha anidado ningún resquemor mutuo, ni la necesidad de tener que estar tentándonos, desconfiadamente, la cartera o el titulo. Además, y como estos profesionales también están, de verdad, en la vida real, no se llaman a engaño ni sueñan en las Ínsulas Baratarias prometidas. Saben que en este lado de la calle hace mucho frío, que la fiesta se terminó también en la arquitectura, y que, respecto del botín, en la casa ya no queda del ajuar ni la cucharilla de plata.

Con todo, los arquitectos a mejor no vamos a ir. Parece que no va a colar el que, para ejercer la profesión, se deba al menos, estudiar la carrera de Arquitectura, pues podrían existir, presumiblemente, otros atajos. Claro, solo se trataba disponer de seis, siete u ocho años de dedicación y esfuerzo, y por supuesto, de algunas aptitudes.

Así que, de producirse lo que probablemente se avecina en este país, es decir, nuestra licuación y el de la Arquitectura, vía decreto-ley, y su acceso, barra libre incluida, para todo okupa habilitado al que le suene de algo lo del ladrillo o el hormigón, propongo al menos como medida de choque, que se remita a los agraciados y a sus patrocinadores, por conducto oficial, un ejemplar del famoso librito de Quaroni, que además de bonito y entretenido, es muy instructivo. Luego, para aclaraciones y dudas, si es preciso, siempre se podrá  buscar un abogado del estado.

En cuanto a algunos de nuestros queridos políticos y a los demás padrinos del disparate, constatada su innata ignorancia y su habilidad para créanos más problemas de los que ya tenemos, lo mejor sería volver a vestirles con el baberito de rayas y enviarlos a estudiar, empezando otra vez, desde parvulitos. Aunque, sinceramente, yo creo que ni así.

 Two cubes. Naum Gabo y Antoine Pevsner, 1937.

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