Los espíritus entre las rocas

El jardín de grava y rocas del templo de Ryoan-ji construido a finales del siglo XV en Kioto. Atribuido al maestro de Té Soami, Fotos: photoeverywhre.co.uk

La composición de paisajes espirituales japoneses denominados “Karesansui” han representado una potente fuente de inspiración para numerosos artistas occidentales a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. El “Karesansui” ha sido una manera peculiar y misteriosa en que los japoneses representan el paisaje desde hace siglos. Son jardines minerales formados por grava rastrillada y rocas escogidas con toques de musgo que sugieren sutilmente ciertos territorios geográficos y paisajes mentales altamente estéticos.

Estos jardines secos son recintos para la meditación situados en algunos de los numerosos monasterios budistas existentes en la ciudad de Kioto. Pel que sembla, la contemplación sosegada de su alto grado de abstracción formal inducen una relajación mental como preludio para la introspección y el ensimismamiento personal. Algunos los relacionan con los “Koan” esa especie de enigmas o acertijos que el maestro Zen plantea a sus discípulos para conducirles por la senda adecuada a su perfeccionamiento. Todo unos artilugios espaciales sofisticados que han sido preparados para facilitar la experiencia del “Satori”, ese momento de iluminación en el que según el Budismo se alcanza la comprensión de la razón final de la existencia.

Artistas, arquitectos y músicos contemporáneos como Isamu Noguchi, Bruno Taut, John Cage o Kaija Sariaho han quedado fascinados en algún momento de su trayectoria personal por esta expresión sumamente sofisticada. Per exemple, en música, Autor del blog de crítica arquitectónica “Karesansui” está en la base de la muy conocida obra de Cage 4’33 . Lo que ocurre también en la pieza “Seis jardines japoneses” dedicada a este peculiar arte de los paisajes rocosos que la finlandesa Sariaho compuso en 1994.

Representación pétrea de una cascada en el templo de Daisen-in, Kioto. Musõ Soseki, siglo XIV

Hace casi cuatro décadas, pasé seis semanas de verano en Nueva York. Uno de aquellos días de calor húmedo y sofocante nos desplazamos al barrio de Brooklyn para visitar un gran parque del que nos habían hablado con interés. Al parecer aquella inmensa zona verde urbana tenía un pequeño jardín botánico y una réplica de un curioso jardín japonés.

Por aquel tiempo, yo desconocía quién era mi tocayo Frederick Law Olmsted. Su magna obra paisajística, Central Park, era solo un escenario recurrente de películas americanas vistas en los cines de mi isla. En ese tiempo, Central Park junto al hotel Plaza era un lugar muy concurrido y en uno de sus amplios prados frecuentemente se celebraban conciertos al aire libre. Como el que pude ver protagonizado por el famoso bluesman B.B. King y patrocinado por Dr. Pepper, una bebida refrescante de curioso nombre que es muy popular en Norte América.

Ryoanji. Dibujo de John Cage,1985. Una suerte de meditación dibujada del autor que luego el músico aplicaría a sus composiciones relacionadas con ese jardín japonés

En aquel parque de Brooklyn, caminamos largo rato por una especie de inmenso claro en el bosque. Era una pradera de hierba verde que empezaba a amarillear. Flanqueada por unas grandes hileras de frondosos árboles daba una impresión de gran naturalidad. Para un profano en el arte de la jardinería -como yo-, aquel entorno aparentaba un idílico y maravilloso escenario salvaje en medio de una urbe densamente poblada. En realidad, Prospect Park es una construcción topográfica y vegetal racionalmente diseñada por Calvert Vaux y Frederick Law Olmsted en 1873. Una especie de vasto bosque urbano que se había conformado con una disposición en tres grandes ámbitos paisajísticos, la zona central de recorridos y servicios, el arroyo que desemboca en un sinuoso lago artificial y la larga perspectiva de la pradera que define uno de los lugares más sublimes de esta parte de la gran ciudad americana. Allà, estos seminales paisajistas americanos trataron de emular las ideas pintoresquistas, avanzadas en Inglaterra tiempo atrás. Recreando así un paisaje naturalizado de amplia y profunda perspectiva que produce un efecto enormemente placentero a sus usuarios.

Tras la marcha llegamos a un recinto más acotado en el que existía una réplica aproximada del famoso jardín de arena del templo budista de Ryöan-ji en Kyoto. Aquel espacio situado en la ciudad de Nueva York, había adquirido una cierta notoriedad y resultaba algo curiosos y exótico para alguien como yo, que había oído hablar poco de la cultura tradicional japonesa más allá de la presentación que hacían las películas que rememoraban la 2ª Guerra Mundial. Aquel reducido espacio abierto era una especie de patio cercado relleno de una grava blanca gruesa en la que se encontraban depositadas 15 rocas pequeñas, dispuestas de una manera irregular, sin un orden apreciable. En una primera lectura, aquello se aparecía como una especie de maqueta a escala de un paisaje marítimo en el que se encontraban una serie de islas, formando algunas agrupaciones a modo de archipiélagos. La grava se encontraba cuidadosamente rastrillada en alineaciones y ondas a modo de oleajes que enmarcaban las islas. Pero a medida que transcurría el tiempo sentados allí en su borde de madera, aquello pasaba a sugerir otras posibilidades. Podían ser grandes animales marinos surcando el océano, asomando sus lomos rítmicamente como grandes serpientes o tortugas. la alfombra de grava cuidadosamente rastrillada en paralelo inducía a pensar en un desplazamiento de una corriente subterránea.

 

Interpretación diagramática de las relaciones formales en el jardín seco de Ryoan-ji.

Así describía Kathleen Hinton Braaten aquel espectáculo del parque Prospect en el número de Abril de 1983 del Christian Science Monitor:

Este jardín es la simplicidad en sí misma. No hay agua. No hay árboles ni plantas o flores, ni siquiera cerezos que puedan florecer o sauces llorones -solo 15 grandes piedras y una superficie rectangular de fina piedra molida, bordeada en tres de sus lados por una modesta pared rematada con tejas. En el cuarto lado existe la réplica de una porción del edificio de un templo budista. Este jardín es una imagen exacta y precisamente proporcionada del jardín de arena de uno de los más famosos jardines de Japón – el Ryoanji Karesansui o paisaje seco. El original existente en Kioto se remonta a 1500, pero permaneció en la obscuridad hasta 1930, cuando adquirió una repentina notoriedad como una destilación de la filosofía Budista Zen. Aunque su templo sucumbió dos veces al fuego -la primera en 1500 y de nuevo en 1790- el jardín de arena sobrevivió serenamente hasta el día de hoy.

La réplica del jardín seco de Ryoan-ji en el Brooklyn Botanic Garden. Tono Takuma, 1963 (desparecido). Fotos: Buhle

Aunque el jardín tenía una disposición de recinto encuadrado tras una tapia muy parecida al original e, incluso sus quince piedras constitutivas se trajeron de Japón en 1963, el jardinero Tono Takuma no logró totalmente el mágico efecto ambiental del original existente en Kyoto. Pel que sembla, años después esa réplica de arena y piedra fue desmontada para construir un nuevo invernadero del Botánico de Brooklyn y no se ha vuelto a reproducir allí. Años más tarde el mismo paisajista japonés haría también algo similar en la ciudad de Portland, al otro extremo de los Estados Unidos.

No obstant això, para mí aquel espacio te permitía permanecer placenteramente en el borde de la arena en contemplación de los largos surcos paralelos inducía a una especie de curiosa calma en el pensamiento. Una quietud que inducía a la relajación mental disfrutando simplemente con la visión abstracta de un conjunto de piedras y arena. Algo chocante que ha despertado desde hace mucho tiempo la curiosidad de muchos por entender que es eso del “Karesansui”.

Años después, aquel recinto singular sería demolido. Desaparecía así un lugar que había traído hacia Occidente una pequeña muestra de la cultura japonesa. Per a mi, sería también la constatación de un tiempo transcurrido y en el que los recuerdos se van borrando hasta adquirir un carácter mítico. Los años van cayendo y las historias vividas se convierten en sombras que pasas a sublimar como algo casi imaginado. Para recordar aquello solo cuento con una foto encontrada en un viejo folleto que conservo, titulat Garden Structures. Esa imagen presenta en primer plano un detalle de la cubierta del pabellón y la visión de uno de los grupos de rocas del jardín. Al fondo tras la tapia convencional se observa la escasa vegetación del entorno.

Yogoseki. Piedra Iwakura envuelta en su cuerda sagrada. Jardín de Saijo-ji. Prefectura de Kanagawa, 1394

La religión primigenia de Japón, el Sintoísmo concede un papel destacado a todos los elementos naturales, árboles, rocas, arroyos, etc. Algunas piedras son consideradas moradas sagradas por la alta presencia de espíritus que se han liberado de su corporeidad. Así lo sienten muchos japoneses. Como ocurre en el llamado Jardín de la Tierra Pura que se ha comentado aquí. Algunas piedras peculiares situadas en lo profundo del bosque tienen un carácter de albergue de los dioses como las llamadas “Iwakura”.

Aquellos que han ido a Japón y han tenido la fortuna de visitar la ciudad imperial de Kioto se han encontrado con una innumerable presencia de palacios, templos y monasterios. En muchos de ellos, la interacción del espacio arquitectónico con los entornos circundantes cercanos es una constante. Una característica fundamental de la arquitectura japonesa es su integración con la peculiar jardinería próxima y la percepción del espacio natural en última instancia. Y es que los jardines japoneses son una parte esencial de su idiosincrática relación cultural con el territorio. En ese país, los jardines son una presencia constante en los patios de las casas, en las zonas de paseo y, especialment, en los recintos religiosos. Y ello porque forman parte de una especial aproximación filosófica a la comprensión del universo. El jardín en Japón es casi un esfuerzo de depuración e idealización de la belleza inconmensurable de la naturaleza en un espacio más reducido.

Una de las islas de piedra y musgo que forman parte del jardín seco de Ryoan-ji.

Para los japoneses, existe la creencia de que el contacto constante con las manifestaciones de lo natural inducen a un conocimiento de lo trascendental sin que haya mediación de terceras personas. Parecería que mediante la observación de las rocas, de las plantas, el curso de las aguas y el movimiento de los cielos se pudiera acceder a la verdad de las cosas, a la comprensión del bien y de lo bello que estarían de alguna manera intrincadamente relacionados. Sería así que la revelación del placer y la intuición de la verdad surge cuando los sujetos logran comunicarse con ese entorno que les rodea a través de su contemplación.

Esta es una destilación estética producida a lo largo siglos y ha acabado originando en Japón una sensibilidad especial y peculiar que se refleja en múltiples manifestaciones culturales. Siempre desde la percepción de la diferencia colectiva como pueblo que ha dado lugar a unas expresiones locales muy distintivas. Probablement, a ello ha contribuido que el país permaneciera aislado durante unos cuantos siglos del resto del mundo, y de las culturas y civilizaciones asiáticas más cercanas.

Para muchos, el jardín de grava del templo de Ryoan-ji es una representación de la ausencia y el vacío enmarcado por quince piedras dispuestas sobre un mar de grava. Una situación formal de equilibrio inestable que induce a múltiples reflexiones. Según Tadao Ando, Ryoan-ji es otra expresión más de la ausencia de centro en la cultura japonesa. Per a ell, esa ausencia es una representación del vacío, casi una congelación del tiempo. Un artilugio humano sofisticado para percibir la única realidad: el presente.

Portada de la edición japonesa de “Lo bello y lo triste”. Yasunari Kawabata, 1964

El Premio Nobel de Literatura Yasunari Kawabata, tomó a la ciudad de Kioto como escenario para su maravillosa novela de 1964, “Lo bello y lo triste“. En uno de sus capítulos centrales, las protagonistas la pintora Otoko y su bella discípula Keiko pasean por estos jardines intentando interpretar su belleza.

En esa obra, escribe Kawabata en referencia a otro jardín maravilloso diseñado por el monje Muso Soseki:

“El Templo del Musgo había sido reparado en 1339 por el sacerdote Muso, quien había restaurado las edificaciones y hecho excavar un estanque y construir una isla. Se decía que llevaba a sus visitantes a un pabellón-mirador en el punto más alto de la colina, para disfrutar de la vista de Kioto. Todos aquellos edificios habían sido destruidos. El jardín debía haber sido restaurado muchas veces, después de inundaciones y otras calamidades. En apariencia, el actual paisaje árido, que simbolizaba una cascada y un arroyo, estaba construido a lo largo de un sendero flanqueado de farolas de piedra que conducía al pabellón mirador. Era muy probable que hubiera permanecido inalterable, puesto que eran piedras.

Y describe a continuación las sensaciones de las protagonistas en su confrontación con esos espacios:
“El jardín rocoso del sacerdote Muso, sometido a la acción de la intemperie durante siglos, había adquirido tal pátina de antigüedad que las piedras parecían haber estado allí desde el principio de los tiempos. No obstant això, sus rígidas formas angulares no dejaban lugar a dudas de que se trataba de una composición humana. Otoko nunca había experimentado tan intensamente su presión como en aquel instante. Se sentía sometida a una aplastante peso espiritual.
- Recuerdo el ensayo de un poeta ”haiku”, según el cual si se observa el mar día tras día y luego se observa un jardín rocoso de Kioto, se comprenderá el significado real de estos jardines.
- ¿El mar en un jardín de piedras? Por supuesto, si uno piensa en el océano o en los grandes peñascos y acantilados, un arreglo de piedras en un jardín no pasa de ser la obra de un hombre.
- ¿Pero es que se trata de la obra de un hombre! Es abstracto.

Karesansui contemporáneo. Kishiwada-jõ, Osaka. Mirei Shigemori, 1953. Imatge: Romain Florent.

Avui en dia, Autor del blog de crítica arquitectónica “Karesansui” sigue siendo un motivo de inspiración y una razón para visitar aquel pais lejano. La jardinería es un arte poco comprendido socialmente. No obstant això, el aprecio al cuidado y cultivo estético de las plantas es algo ampliamente practicado. Como diría Mirei Shigemori, otro gran paisajista contemporáneo:

“Si la naturaleza está hecha por los dioses, el jardín es la parte que se olvidaron hacer.
Así que debemos ocupar el lugar de los dioses y hacer jardines”.

4,5,6 Six japanese gardens. Pieza de Kaija Sariaaho, 1994

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